27 - 01 - 2013

27/01/2013 – Hijos que no regresan


Por Oscar Medina. EL UNIVERSAL

DOMINGO 27 DE ENERO DE 2013
Por alguna razón que no puede explicar cree que 2013 le traerá noticias, despejará las dudas, pondrá la verdad ante sus ojos apagados. Buena o mala. Solamente quiere saber, poder superar todo este tiempo que ha sido un castigo, la trama cruel de la incertidumbre: ¿dónde está? ¿se encuentra bien? ¿hallará su cuerpo o lo verá un día entrar por esa puerta de la casa de donde salió hace más de tres años?

Neris Pineda tiene fe. Por momentos es una fe desesperada que parece a punto de quebrarse. Es una esperanza sostenida por algo impalpable, la creencia en un Dios que debe -tiene- que ser piadoso: su hijo Oscarling y otros tres amigos desaparecieron en mayo de 2009. Lo ha buscado hasta el límite de sus fuerzas y de sus posibilidades económicas. Pistas falsas, burlas, indolencia: es todo lo que ha recogido en sus andanzas. Nada claro: solo un vacío enorme. «Lo que no queremos es que los muchachos se queden por ahí, como si no tuvieran familia, como si fueran indigentes».

Neris lo espera. El cuarto de Oscarling está intacto. Sus cosas están ahí, sus pantalones, sus camisas, sus gorras, sus zapatos, sus papeles de la Universidad Alejandro Humboldt donde estudiaba Ingeniería Informática. «Todo eso lo conservo. Le lavo su ropa y la vuelvo a guardar. Yo lo espero». Escuchó una historia que abrió una rendija de ánimo. Alguien le dijo que no perdiera la fe y le hizo el relato de un muchacho que apareció vivo luego de tres años: «Lo tienen en una organización mala, pero ya por lo menos la mamá sabe que está vivo». Hasta eso sería un consuelo. «A veces nos preguntamos, ¿será que se los llevó la guerrilla? Y hemos ido a Táchira, por ahí, a hablar con gente. Pero nada».

Oscarling de Ávila Pineda salió de su casa en el barrio Vista Hermosa, en la carretera Petare-Santa Lucía, el 13 de mayo de 2009 manejando un Machito propiedad de su padre. Entre los planes de ese día estaba ir a la universidad a pagar la inscripción del nuevo periodo de clases y llevar a su cuñado, Liberkeis Figueras, -esposo de su hermana- a comprar un repuesto para un autobús.

A las 3:30 de la tarde, Neris salía de una consulta en el Hospital Clínico Universitario y se sorprendió al ver el carro de su esposo aparcado en el estacionamiento del lugar: primero pensó que Oscarling había decidido buscarla. Luego entendió que algo extraño sucedía y llamó a su otro hijo para pedirle que llevara las llaves de repuesto: el Machito estaba desvalijado por dentro y la batería no funcionaba. ¿Y por qué estaba ese carro ahí? «Parece que pasa mucho: como ahí no entra la policía, llevan carros robados al estacionamiento de la UCV. El Machito estuvo dos meses en experticias y no encontraron nada».

Geral Herrera Libernal se levantó muy temprano y a las 7 de la mañana salió de su hogar en el kilómetro 2 de la carretera Petare-Guarenas. A las 11:30 se comunicó con Carmen Libernal, su madre, y le contó que estaba en la sede de Petare del Instituto Universitario de Tecnología Industrial Rodolfo Loero Arismendi, Iutirla, donde estudiaba Administración Tributaria. También le mandó un mensaje de texto a su novia, explicándole que estaba a punto de salir.

A la 1 de la tarde lo llamaron varias veces, pero nunca contestó su celular. «A Geral le faltaban dos meses para graduarse cuando se fue», dice Carmen. Insiste en mostrar los carnets del Iutirla, la prueba que ofrece para dejar claro que su hijo no era un malandro, que trabajaba como mototaxista y estudiaba para superarse: «El último carnet se lo llevó en su bolso».

Antes de abrir las puertas del carro, Neris supo que algo malo había pasado. «Si mi hijo iba a salir para alguna parte o iba a llegar tarde, siempre me llamaba primero». Ese día intentó calmarse con una excusa: «A lo mejor andaba por ahí con su sirvengüenzura con alguna muchacha… yo pensaba que estaba en eso». Pero poco le duró porque incluso en esas andanzas Oscarling se tomaba la molestia de evitarle preocupaciones: «Sí… Siempre me llamaba».

«Amanecí en la calle buscándolo», dice Carmen Libernal casi en un susurro: «Fui a la ‘petejota’, a los hospitales, a todos lados… y nada. Entonces fui al hospital de El Llanito y a la ‘petejota’ de ahí».

Neris Pineda y Haydée Escalona -madre de Liberkeis Figueras- vieron a esa señora de baja estatura que preguntaba por su hijo. Allí se conocieron y comenzaron a entender que el infortunio compartido las mantendría unidas. «Hablamos. El papá de mi hijo me dijo que sí eran amigos, que había visto a los muchachos juntos en la pista de motos de Guarenas. Yo no sabía de eso, mi hijo tenía poco tiempo conociéndolos».

Las motos. Eso, al parecer, les unía. Oscarling, se ayudaba repartiendo comida en la suya. Geral había trabajado de mototaxi. Y hasta tenía una fotografía montado en la moto de Mauricio, el quinto joven involucrado en esta historia de cuatro desaparecidos.

Gracias a su testimonio y al de otras personas que luego han preferido evitar los riesgos de este caso, se ha podido saber que ese día Oscarling, Geral, Liberkeis y Jhon Rivas andaban juntos cerca del centro comercial Palo Verde y que allí fueron detenidos por supuestos funcionarios del Cicpc y uniformados de la Policía Metropolitana.

En un documento de la organización Cofavic presentado, el 19 de octubre del año 2010, al despacho de la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, se explica que «los jóvenes fueron obligados a abordar un vehículo Toyota Corolla color verde mientras funcionarios del Módulo de la Guardia Nacional paraban el tráfico para que los jóvenes fueran subidos al mencionado vehículo».

No se sabe por qué, pero Mauricio tuvo la suerte de no hacer ese viaje.

Callar o no

 

Carmen y Neris toman té una mañana en las oficinas de Cofavic, la organización defensora de derechos humanos que las asesora en su reclamo por justicia. Hace ya más de tres años que buscan, que esperan. Se sientan, una al lado de la otra, para contar -otra vez- su historia.

– Hemos recorrido cárceles, hospitales, policías, todo… queremos que aparezcan a como de lugar.

– Caminábamos por todas partes, abríamos bolsas de basura en las calles… Ibamos a Guatire, a Santa Teresa, a donde nos llamaran. Una vez me llamaron y me dijeron que estaban tirados en Parque Caiza. Lo hacían para burlarse.

– Hasta fuimos a consultar a videntes que nos decían que fuéramos a tal o cual sitio, que si los veían en Puerto La Cruz, que si en Táchira… Pero en verdad no hemos sabido nunca nada… nunca más.

– Como a la semana de haber desaparecido, me amenazaron por teléfono: «Déjese de estar hablando porque usted no sabe lo que le puede pasar a su hijo».

– Todas esas llamadas, con los números, las denunciamos a la ‘petejota’, pero no hicieron nada. También hay testigos, muchas personas vieron lo que pasó, pero nadie va a arriesgar su vida en esto. Yo presenté a una muchacha que había visto todo para que explicara cómo eran las personas que se los llevaron y enseguida los ‘petejotas’ le metieron un susto.

– Ni al peor enemigo le deseo yo esto. Es un dolor muy grande…

Y los nietos 

No deja de repetir que este año sabrán la verdad. Neris reafirma su convicción. Quiere creer. A veces, en la madrugada, habla con la foto de Oscarling. Mientras los demás duermen, ella le pregunta dónde está, cómo se encuentra, cuándo aparecerá: «Dios me va a hacer justicia. Es mucha la impotencia que uno siente. Dios me tiene que hacer justicia».

Oscarling dejó cuatro hijos. Y Liberkeis otros cuatro: «Uno de ellos con mi hija», aclara Neris. Liberkeis se ganaba la vida manejando para un servicio de transporte ejecutivo. Aunque sus pasajeros no eran precisamente ejecutivos: «Le hacía viajes al grupo Zona 7 y a veces al Conde der Guácharo y gente así».

«Mi nieto mayor tiene siete años», cuenta Neris: «Yo no tengo valor para decirle nada. Le digo que su papá se fue a estudiar lejos, lejos. Y él me pregunta: ‘¿Cuando venga me va a traer una moto?’ Ya no sé qué más responderle. La mamá de otro de los nietos me pidió una foto de Oscarling para que el niño viera cómo era su papá».

Carmen Libernal se mantiene activa en la búsqueda. De hecho, solo ellas dos continúan luchando para empujar la lenta maquinaria de las instituciones. Pero son pobres, hay muchas denuncias, ya sabe usted, y pocos fiscales y pocas opciones para que alguien investigue seriamente un asunto complicado como este.

Cofavic las ha apoyado. Y en sus escritos al Ministerio Público le recuerdan al Estado su obligación constitucional de defender la vida de los ciudadanos; de respetar el derecho a la libertad personal (Artículo 44); la obligación de investigar y sancionar los delitos contra los derechos humanos y la expresa prohibición de la desaparición forzada de personas por parte de ninguna autoridad pública, «sea civil o militar, aún en estado de emergencia, excepción o restricción de garantías», según dice el Artículo 45 de la Constitución Nacional.

«Yo sí creo que la fiscal encargada ha trabajado», concede Carmen: «Pero tenemos que seguir esperando… son tantos casos los que tiene que manejar esa gente…». No flaquea en su empeño, pero no comparte el esperanzado optimismo de Neris: «Cuando supe que se lo habían llevado esos agentes enseguida dije: ‘me lo mataron’. Pero, ¿por qué se los llevaron?». Esa respuesta no la conoce, aunque de otra cosa sí parece estar segura: «Si ellos estuvieran en algún lugar, en todo este tiempo habrían intentado algo para escapar o para comunicarse».

Para ver la nota de Expediente de El Universal: aquí