Hacer justicia a la víctima es reconocerle su pleno derecho de ciudadanía
Hace 28 años nació el Comité de Familiares de Víctimas de los sucesos de febrero y marzo de 1989 (Cofavic). Madres, esposas, hijas, hermanos de desaparecidos y personas asesinadas comenzaron a encontrarse en las inmediaciones de la morgue de Bello Monte con el interés común de encontrar a sus familiares muertos. Cuarenta y dos de esos familiares y tres víctimas directas se unieron luego para formar Cofavic, organización que de allí en adelante tendría un objetivo: establecer la verdad de lo ocurrido, encontrar sanción para los responsables y el establecimiento de medidas de reparación integral a las víctimas.
Esos familiares que crearon la organización, con el paso de los años, se convirtieron en defensores de los derechos humanos. El esfuerzo organizativo ha sido, particularmente, dirigido por mujeres motivadas por la necesidad de exigir el establecimiento de la verdad, la justicia y la reparación en casos de ejecuciones extrajudiciales, desaparición forzada de personas, en rechazo a prácticas de tortura y detenciones arbitrarias, así como a favor del apoyo a las mujeres víctimas de violencia.
Desde el año 2000 más de una decena de comités de víctimas se han conformado en el país. Víctimas de los estados Aragua, Anzoátegui, Barinas, Bolívar, Lara, Falcón, Guárico, Sucre, Zulia por mencionar algunas entidades, en diferentes momentos de nuestra historia como sociedad, han encontrado en la articulación de la sociedad civil, un medio para canalizar sus demandas, ejerciendo su legítimo derecho de asociación. Organizaciones que han consolidado un importante trabajo no sólo en pro de la lucha contra la impunidad y el olvido, sino también a favor de la igualdad, la no discriminación, del derecho a la salud, a la educación, por mencionar algunos temas.
Estas organizaciones se suman, a su vez, a otras que han nacido en América Latina y que poco a poco se han convertido en protagonistas de los espacios de la ciudadanía en la región. Las víctimas de violencia se han hecho visibles porque su razón de ser y experiencia forman parte de una realidad social; y porque intervienen e influencian el espacio político.
Su organización y presencia en la escena pública es un recordatorio permanente contra los victimarios y contra la ineficiencia de un Estado que no garantiza los derechos fundamentales a sus ciudadanos. Las víctimas son un reflejo de la compleja realidad de Venezuela y cada historia personal es una voz que se proyecta por otras.
Así, poco a poco, las organizaciones de víctimas han encontrado nuevas formas de practicar la ciudadanía a través de procesos innovadores de organización colectiva y de participación.
Annette Wieviorka, en su libro La era del testigo (1998), explica como luego de los hechos de destrucción en masa del siglo XX, las víctimas con sus testimonios ganaron un lugar esencial en la escritura de la historia, y de esa manera adquirieron una existencia social. Es decir, la voz de los vencidos comenzó a ser escuchada y la víctima se convirtió en el testigo de un periodo, en el protagonista de un hecho. Mientras que el filósofo español, Manuel Reyes Mate, está convencido de que las víctimas se han hecho visibles y dejaron de ser el precio silencioso de la política y la historia.
Reyes Mate también se pregunta ¿Cómo recuperar a la víctima? Y responde, reparando lo reparable y haciendo memoria de lo irreparable. “No hay que perder de vista, además, que la bala asesina lleva un mensaje político dirigido a la víctima y a quien piense como ella. Les niega el ser ciudadano pues el proyecto de muerte da a entender que en el futuro por el que los matones matan no hay lugar para alguien como la víctima. Hacer justicia a la víctima es reconocerles su pleno derecho de ciudadanía».
Adicionalmente, hay que destacar la importancia política que han adquirido los derechos humanos en las últimas décadas – concientización y universalización – lo que se ha traducido en acciones concretas para la protección de las víctimas, como se demuestra en el estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (1998). Eso explica la explosión de relatos de las víctimas, de formas asociativas de apoyo y lo más importante, de comunidades dispuestas a escuchar dichas voces e integrarlas a su discurso social.
Nadie ha dicho que sea fácil. El largo y extenuante camino para alcanzar la justicia demanda una fortaleza que convierte a las víctimas en actores sociales; esto es, en líderes de una lucha que servirá de inspiración e impulso a toda la sociedad y que les dará acceso a las instancias nacionales e internacionales, en busca de las reparaciones que, de algún modo, logren compensar las violaciones a los derechos humanos que sufrieron.
Las víctimas y familiares de víctimas que se encuentran en COFAVIC llegan a sentir que no están solas, que pertenecen a un universo común y que están hermanadas por el dolor, pero también por la valentía de luchar, aun en las circunstancias más adversas. Eso les ha permitido sentir que tienen soporte, un apoyo que los guía hacia la reparación; y entender que el duelo es un proceso que puede variar constantemente.
Algunas veces sentirán que enfrentan el peor momento de la vida, otras se sorprenderán con una repentina manifestación de fe. Lo importante es reconocer su humanidad y su vulnerabilidad y también su valentía.
A lo largo de 28 años, Cofavic ha promovido que la víctima ubique un propósito que la ayude a transitar el proceso de reparación, pero también que identifique metas a corto, mediano y largo plazo. La mayoría de las veces, las personas se dan cuenta que en la constancia e independencia de sus acciones se fortalece su lucha y que a pesar de los obstáculos y limitaciones logran pequeñas y grandes acciones en pro de la tolerancia, la lucha por la no discriminación, el respeto por los derechos humanos y los valores democráticos.