04 - 04 - 2018

El genocidio es un delito planificado, no ocurre espontáneamente


“No hay mañana sin ayer”. Ese es el principio de las políticas de memoria: visibilizar las violaciones a los derechos humanos cometidas por los Estados, dignificar a las víctimas y a sus familias, y estimular la reflexión y el debate sobre la importancia del respeto y la tolerancia, para que los hechos atroces, en contra de la humanidad, nunca más se repitan.

En ese sentido, Ban Ki Moon, el octavo secretario general de las Naciones Unidas, dijo que el mundo ha aprendido lecciones importantes, por ejemplo, que el genocidio no es un hecho aislado y que prevenir la aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos, es una obligación colectiva.

La frase la pronunció en 2014, durante el discurso que ofreció en el lanzamiento de Kwibuka20, (Kwibuka es una palabra de la lengua bantú kinyarwanda que significa «recordar»), en el 20º aniversario del genocidio en Ruanda. También habló de la necesidad de trabajar juntos para asegurar que el futuro esté libre para siempre del genocidio porque esa sería la manera más adecuada de recordar a los que perecieron en Ruanda hace 24 años y de honrar la resiliencia de los sobrevivientes.

En efecto, el 26 de enero de 2018, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una resolución que declara el 7 de abril como el Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de 1994 contra los Tutsis en Ruanda, hechos en los que también fueron asesinados los hutus y otras personas que se opusieron al genocidio

En realidad, la necesidad de prevenir el genocidio y castigar a los responsables ha sido una preocupación de la comunidad internacional desde finales de la segunda guerra mundial, durante la cual más de 6 millones de personas fueron asesinadas sistemáticamente por el régimen nazi debido a su origen étnico, su sexualidad u otras características.

La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948 (conocida como “Convención sobre el genocidio”) establece que por genocidio se entenderá cualquiera de los actos que se enumeran a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal:

Matanza de miembros del grupo; lesiones graves a la integridad física o mental de los miembros del grupo; sometimiento intencional del grupo a condiciones de vida que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial; imposición de medidas destinadas a impedir los nacimientos dentro del grupo; traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.

La Convención confirma que el genocidio, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, es un delito de derecho internacional que las Partes se comprometen “a prevenir y a sancionar”. La responsabilidad primordial de prevenir y detener el genocidio corresponde al Estado en el que ese delito se esté cometiendo.

El Programa de Divulgación del Genocidio de Ruanda de Naciones Unidas refiere que el genocidio no es algo que ocurre de la noche a la mañana o sin previo aviso. El genocidio requiere organización y constituye, de hecho, una estrategia deliberada que ha sido llevada a cabo fundamentalmente por gobiernos o grupos que controlan el aparato estatal. Conocer la manera en que el genocidio se produce y aprender a reconocer los indicios que podrían conducir al genocidio es muy importante para evitar que esos horrores vuelvan a ocurrir.

Butros Butros-Ghali, diplomático egipcio que ocupó el cargo de secretario general de las Naciones Unidas entre enero de 1992 y diciembre de 1996, dijo que la excusa habitual para no actuar contra el genocidio es: “No sabíamos”. Sin embargo, el genocidio no ocurre espontáneamente. “Es un delito planificado y perpetrado por cínicos dirigentes que creen que pueden cometerlo impunemente, y sacar provecho de él”. En la mayoría de los casos abundan las señales de alarma mucho antes de que empiece la masacre.

El 7 de abril de 2004, décimo aniversario del genocidio en Ruanda, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, expuso un plan de acción de cinco puntos para prevenir el genocidio:

Evitar el conflicto armado, que suele ser el contexto del genocidio; proteger a los civiles en un conflicto armado, incluso por medio del personal de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas; poner fin a la impunidad mediante la acción judicial en los tribunales nacionales e internacionales; reunir información y establecer un sistema de alerta anticipada; y adoptar medidas rápidas y decisivas, que incluyan la acción militar.

Es fundamental, insiste Kofi Annan, abordar las causas fundamentales de la violencia y el conflicto: odio, intolerancia, racismo, discriminación, tiranía y el discurso político deshumanizante que niega, a grupos enteros de la población, su dignidad y sus derechos. Buscar solución a la desigualdad de acceso a los recursos constituye una estrategia de prevención decisiva. La primera responsabilidad por la prevención de los conflictos corresponde a los gobiernos nacionales. Las Naciones Unidas apoyan los esfuerzos nacionales, que incluyen las actividades políticas, diplomáticas, humanitarias, de derechos humanos e institucionales. El desarrollo económico y social y la mitigación de la pobreza aportan también una contribución sustancial a la prevención del conflicto.

Suponer que los perpetradores del genocidio y otros delitos de esa índole responderán ante la justicia puede contribuir con eficacia a la cultura de la prevención.

En la actualidad, si un Estado no está dispuesto o es incapaz de ejercer su jurisdicción sobre los presuntos perpetradores del genocidio, el Tribunal Penal Internacional tiene facultades, dentro del marco de su estatuto, para investigar y enjuiciar a los responsables. La Corte Penal Internacional es un tribunal permanente, separado de las Naciones Unidas, con sede en La Haya (Países Bajos), para juzgar a personas por genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra. 4

Este 7 de abril se conmemora un año más del genocidio de Ruanda. Y la comunidad internacional tendrá otra oportunidad para recordar aquellas terribles jornadas en las que el odio interétnico patente en la Ruanda de los 90 se llevó la vida de más de 800.000 tutsis y hutus moderados.