02 - 10 - 2019

“AHORA NO TENGO MIEDO”


América Rodríguez: “Uno como víctima tiene derecho a ir a ver cómo va su caso y no necesito ningún abogado para eso”

Aún no sabe por qué mataron a su hijo. Tampoco conoce las circunstancias, a pesar de que el crimen ocurrió a plena luz, al aire libre y en un sitio público; sucedió después de que la policía acudiera al llamado de un vecino e implicó no una ejecución extrajudicial, sino seis. Su mente está colmada de preguntas y su corazón de sufrimiento. ¿Por qué su hijo pasó de manos de la Policía de Zamora a las FAES? ¿Por qué apareció desnudo, sin documentos y muerto en el hospital de Guatire? ¿Por qué los mataron en lugar de llevárselos detenidos? ¿Por qué la policía dice que hubo un enfrentamiento y no presenta las supuestas pruebas? ¿Por qué no ha podido tener en sus manos, después de tantos meses, el expediente?
“Prefiero estar trabajando para no pensar”, asegura América Rodríguez.

Se repite cada una de esas preguntas en cualquier breve pausa que hace en su jornada como costurera en una fábrica. Apenas ocurrido el suceso, América se encerró en sí misma, temerosa. “Yo quedé en el limbo. Las FAES me quitaron a mi hijo, lo más grande, el único que me ayudaba. No sé cómo ando en este mundo”. Al principio, rechazó cualquier posibilidad de denunciar, no quería saber nada, pero quizás ver a su nieta, la hija de su hijo, a quien ha criado desde siempre, le fue despertando la motivación: “Yo tengo que sacarla adelante”. A esa certeza se fue sumando una progresiva sensación de injusticia, de abuso, y una idea persistente: si la policía hubiese actuado de forma correcta, su hijo, de haber sido hallado responsable de algún delito, podría estar preso, pero vivo.

EL 10 DE OCTUBRE DE 2018

José Alejandro Sánchez, de 27 años, había pasado algún tiempo sin conseguir empleo y por eso aceptó la propuesta de su papá de ayudarlo a cuidar una finca en Higuerote propiedad de un dirigente político. Después de varias semanas en esa localidad, decidió desplazarse hasta Guatire, al barrio El Milagro, donde había vivido desde niño, y tenía una casa con su pareja a pocas cuadras de la vivienda habitada por su mamá.
“El miércoles, cuando la esposa salió para su trabajo, Alejandro le dijo que él iba a hacer un trabajo mientras tanto, pero no le especificó de qué se trataba. Unos me dicen que unos amigos lo indujeron a cometer un robo. Otros, que fue con sus amigos del barrio a jugar a una cancha ubicada en el sector Valle Arriba de Guatire. No sé realmente”, afirma América. Lo único que sabe es que José Alejandro estaba en ese lugar a esa hora. No ha podido descubrir quiénes lo vieron, si medió palabras con alguien, de qué lo acusaron o si lo confundieron. Pero sí que ahí recibió cuatro disparos letales y es posible, pero no verificado, que haya quedado con vida. “Valle Arriba es un sector que tenía tiempo azotado por el hampa. Un señor, al que antes habían entrado a robarle su casa, vio al grupo de muchachos en la cancha, y llamó a la policía. Los funcionarios de Polizamora llegaron, los requisaron, y yo no sé por qué, eso dicen los periódicos, se los entregaron a las FAES”.
Entonces, América vuelve a formularse todas las preguntas que la acosan. “Si los tenían detenidos, ¿cómo pasó ese supuesto enfrentamiento con las FAES? ¿En qué momento?”. También las autoridades deberían investigar, sostiene, por qué renunció la directora del hospital adonde fueron llevados José Alejandro y sus amigos. Buscando datos sobre lo sucedido con su hijo, ella recogió un rumor escalofriante: “Las FAES suelen herir a los muchachos, los ruletean, finalmente los ingresan muertos y exigen a quienes estén de guardia dar la versión de que llegaron vivos y se les murieron mientras les practicaban las medidas de auxilio”.
Él siempre me llamaba al mediodía, siempre. Pero como no me llamó esa vez, me preocupé, pero él no tenía celular, no sabía cómo contactarlo. Una siente, pero yo me convencí de que no había pasado nada malo, no, no, no. Pensé que le había salido un viaje. Cuando regreso a mi casa, escucho unos gritos afuera, salgo y veo un grupo de vecinos, me meto entre la gente y le digo a la muchacha: ʻ¿Qué te pasa, por qué estás así?ʼ. Ella me responde que habían matado a su primo en Valle Arriba. ¿En Valle Arriba? Mira, yo no sé dónde está mi hijo, ¿mi hijo no estaba ahí, verdad?”. Su nuera la apartó y le pidió una fotocopia de la cédula de José Alejandro. Aunque ya la muchacha sabía lo ocurrido, prefirió no decírselo. Tampoco el papá del joven, quien tuvo que reconocer el cadáver en fotos porque no le permitieron ver el cuerpo.

JOSÉ ALEJANDRO SÁNCHEZ RODRÍGUEZ

Mi hijo tenía seis añitos cuando llegamos al barrio. Todos pueden corroborar que nunca le hizo daño a nadie. Es verdad, no se graduó de bachiller, pero le gustaba mucho manejar y estaba en eso desde que tenía quince años. Él conseguía trabajo de chofer y fue empleado en empresas de cosméticos y mensajería. Estuvo esperando para unirse a una cooperativa donde le iban a dar un taxi del Gobierno. A los 17 años me lo asaltaron. Iba de ayudante en un camión donde llevaban zapatos de mercancía. A la altura de Mampote los interceptaron y los bajaron a punta de pistola. A mi hijo le dieron un cachazo aquí, en la cabeza, y le hicieron una herida grande. Después lo metieron en una camioneta y al conductor se lo llevaron. Siempre le pasaban cosas, porque sus trabajos lo mantenían en la calle, con tantos peligros. A los 21 años, su papá le dijo que acompañara al tío a hacer un transporte, iban a viajar de noche. Estacionaron el camión frente a la casa y cuando terminaron de comer salieron, entonces llegó Polizamora diciendo que ellos estaban desvalijando ese camión. Les mostraron los papeles, los obligaron a mostrar el cargamento, pero todo estaba en orden, lleno con las cajas, precintado, pero igual se los llevaron detenidos. Salieron libres, pero yo creo que ahí le pusieron el ojo, y cuando lo vieron esa mañana en la cancha, no lo perdonaron. Yo lo había visto el sábado a lo lejos, él iba bajando a casa de su esposa y me dijo que subiría más tarde. Como no subió yo lo llamé en la noche, le dije ʻhijo, cómo estás. Tengo sueño, me voy a acostar, estoy muy cansada”.

Entre el grupo de familiares de las otras cinco víctimas, hubo dos que estuvieron decididas a denunciar, sin embargo, no resistieron las presiones para que desistieran. Durante una de esas diligencias le robaron el carro al padre de uno de los muchachos, y en presencia del fiscal hizo el comentario de que le daba miedo hacer la denuncia. Según América, la respuesta del funcionario fue intimidante: “¿Te da miedo denunciar el robo, pero no a las FAES por lo de tu hijo? Tú no sabes lo que estás haciendo”. “Ahora ya no tengo miedo”, dice América y asegura estar dispuesta a llevar hasta el final la lucha contra la impunidad. Sigue acudiendo a la Fiscalía, preguntando, haciendo seguimiento. “Señora, usted no deja trabajar, viniendo y llamando todo el tiempo”, le han dicho y de diferentes maneras los funcionarios la instan a que abandone. “Yo me he leído un librito que me dieron en Cofavic, y ahí dice que uno como víctima tiene derecho a ir a ver cómo va su caso. Eso les expliqué. Allá siempre nos están comentando cosas, y claro que tenemos miedo de morir. Pero si quiere, le dije al fiscal, deles la dirección para que me vayan a matar, porque igual ellos están para eso, para matar, pero yo no voy a retirar la denuncia”.

Oye la voz de América:

COFAVIC · Los Días De América
Textos: Yeniter Poleo/ Imágenes Guillermo Suárez-Archivo COFAVIC