05 - 11 - 2019

“YO SOY LA VOZ DE MIS HIJOS”


María Novais: “Si tuviera que irme nadando de aquí a Pekín para obtener justicia, lo hago”

“Dame una seña, mi amor”, decía María Magdalena ante el ataúd de su hijo menor, Julio César. Había pedido a su familia que la dejaran a solas con él, con “su muerto” en la sala velatoria. Un solo bombillo iluminaba el salón funerario, donde las sillas quedaron vacías en respeto a su deseo. “Hablé mucho con Julio, le di las gracias por ser mi hijo, y me puse a consentirlo, a besar su urna, a cantarle como cuando era pequeño”, recuerda y se va en llanto. “Dame una seña de que no estoy aquí sola, hijo amado, de que seguimos siendo el Trío Perfecto, de que me estás escuchando”. Y el bombillo se apagó.


Ocho días más tarde, aún abatida por la brutal muerte de su hijo menor, María Magdalena Novais tuvo que recibir el cuerpo de su hijo mayor, Carlos Francisco. No tuvo fuerzas para velarlo, estaba destrozada y apenas podía mantenerse en pie. Carlos llevaba dos días muerto y ya el cadáver estaba descomponiéndose. Cuando lo vio llegar, un brazo se asomó bajo la sábana: “Como diciendo ʻaquí estoy, mamiʼ. Me lo entregaron negro, del color de esta mesa, de tanto golpe, yo no lo reconocía. Le destrozaron la cabeza. Estaba todo blandito, fétido, y así me le lancé encima, y lo aspiré. Quería que me infectara”.

Ojalá las personas, la policía, las instituciones entiendan que nadie merece esa muerte

María Novais


Pese al tiempo transcurrido, en el corazón de María Magdalena los acontecimientos acaban de suceder. Le falta el aire, se le seca la boca, y a pesar del dolor que la atraviesa quiere seguir contando cada detalle, para que nadie más tenga que vivir una tragedia como la suya. En menos de una semana sus dos únicos hijos fueron asesinados por funcionarios policiales en dos hechos distintos pero conectados. A Julio César los agentes de la Policía Nacional lo golpearon y sacaron caminando, aunque a rastras, de su casa con un disparo en la nalga y otro en el pie. Horas más tarde estaba muerto en el hospital Pérez Carreño con cinco balazos. Carlos Francisco salió corriendo al ver el imponente asedio policial, pero lo detuvieron poco después. Al sexto día, en la jefatura donde permanecía, lo encontraron muerto. La versión policial señala que el primero de los hermanos Rangel Novais murió en un enfrentamiento, y el segundo en una riña entre reclusos. “De setenta y cinco presos que había ahí, el único que murió fue mi hijo Carlos. Qué raro ¿no?”.

Ella quisiera que las personas, la policía, las instituciones entendieran que “nadie merece esa muerte”. El expediente de sus hijos es grueso, “parece una enciclopedia”, porque María no ha escatimado tiempo ni diligencias para completarlo. La búsqueda de justicia la sostiene. Confiesa que en dos ocasiones meditó muy seriamente atentar contra su vida, todo había perdido sentido para ella. “No quiero que nadie de mi familia me acompañe, yo soy la que tiene que lograr que se haga justicia, yo los parí. En la casa, el cuarto de Julio está vacío, el cuarto de Carlos también vacío, pero yo sigo siendo mamá, soy su voz”.

EL 10 Y EL 16 DE JULIO DE 2018

Los hermanos se pusieron de acuerdo para ver la semifinal del Mundial de Fútbol Rusia 2018. Jugaban Francia y Bélgica. Junto a ellos, frente al televisor estaba el bebé de Julio César, de cuatro meses. Los policías irrumpieron en la vivienda situada en Gramoven, parte alta de Catia, les apuntaron con las armas y Carlos Francisco salió corriendo, saltó entre los techos y entró a una casa vecina.

Mientras, su madre, María Magdalena estaba lejos, en El Paraíso, en su cita habitual como colaboradora en un ancianato. Ese día estaba prevista una bailoterapia con los abuelos olvidados por sus familiares. Una vecina la llama desesperada y le dice: “María, se metieron en tu casa. Agarraron a Julio. Carlos está bien”. La madre recuerda que apenas logró llamar a una amiga suya que la acercó hasta Catia, pero cuando le tocó caminar cayó de rodillas, rezando, para que sus hijos estuvieran a salvo.

Cuando llegó a su vivienda todo estaba en orden, como si nada hubiera sucedido. Los vecinos empezaron a narrarle lo sucedido y entonces se estremeció. “Lo sacaron de mi casa como si fuese un narcotraficante, un matón, un asesino. Nunca vi nada de eso, nada de drogas, como los quisieron acusar. Julio había recibido dos balazos, pero ninguno letal, y cuando se lo llevaban gritaba: ʻTengo un hijo, te amo hijo. ¿A quién estás buscando? ¿A quién? Yo no soy”.

Los testigos aseguran que el joven salió renqueando, pero vivo, y según se supo, en lugar de trasladarlo al hospital más cercano (había dos, el de los Magallanes de Catia y el Periférico de Catia), finalmente fue ingresado muerto en el hospital Pérez Carreño en Montalbán. Su hermano, Carlos Francisco, fue aprehendido luego de una persecución, pero no fue entregado en la Jefatura cuya jurisdicción correspondía (El Amparo, Catia), sino en San Agustín.

Mientras la familia hacía los arreglos para sepultar al menor de los hermanos, el mayor permanecía detenido. María Magdalena no pudo verlo, no se lo permitieron, pero una prima del joven logró visitarlo y le vio signos de tortura. “Mi hijo vio a quienes asesinaron a su hermano y lo pagó con su vida”. El 16 de julio de 2018 le notificaron que Carlos Francisco había muerto en un pleito entre quienes estaba ahí retenidos, pero nadie más perdió la vida en la aparente trifulca.

«Me dejaron con los brazos abiertos»

María Novais

La madre le había escrito una carta a Carlos y la envió con su sobrina. La misiva decía: “Hijo mío, nos quitaron a Julio, se acabó el Trío Perfecto, y al hijo de Julio lo vamos a criar entre los dos. Yo sé que vas a salir de ahí. Bendiciones de tu madre que te espera con los brazos abiertos”. María Magdalena casi no puede terminar la frase, no le alcanza el aire: “Pero me dejaron con los brazos abiertos”.

JULIO CÉSAR Y CARLOS FRANCISCO RANGEL NOVAIS

“Tuve dos hombres maravillosos que me querían con locura, y si dios me da la oportunidad de volverlos a parir, los vuelvo a traer al mundo. Julio era mi médico, mi enfermero, mi confidente, mi todo. Carlos era mi fuerza, me cargaba como una plumita cuando se me bajaba la tensión. ʻMami, mami, mamiʼ, cómo me hace falta ese ʻmamiʼ. Julio César tenía 24 años, su hermano, 27. “Lo que le pasaba a uno le pasaba al otro”. Ambos habían trabajado en las cuadrillas de limpieza de los túneles de La Guaira con su papá, pero cuando los contratos de mantenimiento fueron cancelados, se quedaron sin empleo. “Carlos entregó su último curriculum vitae para trabajar en el área de Seguridad de una empresa de alimentos. Se graduó de bachiller, pero no quiso estudiar más. Ahí el estudiado era Julio. Iba a estudiar Criminalística. Yo misma lo acompañé a presentar el examen en el Cicpc. Ese día, la funcionaria que lo recibió me dijo: ʻ¿Sabe lo que está haciendo? Si el muchacho tiene antecedentes o está solicitado por algo, aquí se quedaʼ. Yo le respondí que sabía muy bien lo que tenía en mi casa y que lo iba a esperar las tres horas que duraba el examen. No solo pasó la prueba, sino que en sus últimos días ya tenía listo hasta su uniforme”. Aficionados al fútbol no solo en televisión, el hermano mayor jugaba en un equipo del sector donde vivían y el menor fungía de árbitro. “En estos días les van a hacer un homenaje en el barrio. Los amigos van a jugar un partido y además van a poner unos videos donde ellos salían. Yo no sabía que existían esas grabaciones. Me pidieron permiso para hacerlo. Va a ser muy importante para mí, para recordarlos tal como eran”.

Oye la voz de María Novais

COFAVIC · María Y Su Esposo Crían A Su Nieto

Texto: Yeniter Poleo Imágenes: Guillermo Suárez-Archivo COFAVIC