“MAMÁ, NO PUDE HACER NADA POR MI HERMANO”
Ese día Rubén Darío González Jiménez se levantó de la cama y fue a reunirse con su familia en la mata de pomagás que años atrás él mismo había sembrado y que les daba una sombra sabrosa. No sabían qué comer. Este se había convertido en un tema recurrente en los últimos tiempos. Se acordaron del medio kilo de harina de trigo que les había enviado un primo de Colombia y decidieron el menú: panquecas sin azúcar, con queso y margarina. Nada podía arruinar esa jornada: “Hoy es el último día de clase, me voy a bañar porque me voy al liceo”, les dijo a su madre y hermana el joven de 16 años que en pocos días sería bachiller en Ciencias.
Su madre Dexy estaba alegre. No tenía presentimiento alguno. Todo lo contrario. Esa mañana la felicidad la embargaba aunque hoy recuerde detalles que parecieran darle cuenta de una despedida que no advirtió. Para hacer honor a la ocasión le planchó el uniforme a su hijo. Cuando este salió del baño con una toalla amarrada en la cintura, ella lo abrazó por detrás y le besó la espalda. Él se volteó cariñosamente y le dijo:“¿Qué te pasa mamá?”
—¡Ah pues! ¿no puedo besar a mi niño? —le respondió jugueteando.
Rubén Darío era meloso con ella. Ese día lo fue más.
—Le limpié los oídos, me decía “bésame la cara”, le revisé la cara, el pelo, se me sentó en las piernas. Ese día fue mágico. Ese día… se me iba. Dos horas después de haberse marchado, su hijo regresó a casa contento: “¡Mamá, nos
graduamos! ¿Viste que sí lo logramos?”. Dexy estaba lavando. Hablaron del costo del paquete de graduación. Su hijo temía el impacto que este tendría en la precaria economía de la familia. Su madre ya se había hecho cargo
pidiendo un adelanto de sus prestaciones sociales. Rubén Darío se bañó de nuevo porque había sudado, se vistió con un mono y una franela y tomó su morral con su “perolito” de agua: “Me voy a la práctica de boxeo”. No lo hizo. Se fue a La Isabelica, una zona ubicada en la ciudad de Valencia, cerca de su casa, a participar en una protesta convocada por la oposición denominada “El Trancazo” que consistía en impedir el paso de vehículos en ciertas calles por algunas horas: “Él iba a las protestas pero escondido de mí”.
Eran cerca de las 6:00 p. m. Dexy había terminado de lavar cuando llegó un primo a avisarleque Rubén Darío estaba herido en la Clínica Elhoím. Inmediatamente imaginó que tendría frío por lo que se dispuso a aprontar sábanas, almohadas y una cobija. Pensó que de este centro asistencial se lo llevaría a otro donde ella trabajaba desde hace 15 años. Llamó a su hijo mayor para que se adelantara. El era bombero y trabajaba en Protección Civil del estado Carabobo. Su otra hija estaba muy nerviosa, no paraba de temblar. Bolso en mano se puso en marcha. Las entradas a la zona estaban bloqueadas. Múltiples disparos provenían de lugares donde se encontraban efectivos de cuerpos de seguridad del Estado: “Parecía una guerra campal, era horrible, plomo y plomo”.